miércoles, 4 de marzo de 2009
Los lectores que dan el ejemplo
Señores Ciudad.Wiki:Nota: las respuestas a estos comentarios los encontrará en el índice de este blog (izquierda-arriba de la página), en el archivo de Enero de 2009, bajo el título "Peregrinación hippie a la quebrada de Humahuaca", donde, claro está, también podrá encontrar el artículo original.
Dos semanas atrás, o algo así, dejaron en mi casa esta revista. Pensé que sería una más de las acostumbradas publicaciones zonales o barriales. Quedó a un costado, relegada, para dos posibles destinos: el cesto o ser revisada y echarla al cesto. Afortunadamente la leí. Dos cosas me llamaron positivamente la atención: 1) el sentido del humor, generalmente escaso tanto en la “idioticracia” local como en los medios 2) una sencilla vocación pedagógica por desburrar a la gente que, aunque tenga alto nivel socio económico, a veces, no sabe hacer la O con un vaso. Las observaciones que podría hacerles son relativas a la extensión de los artículos en relación a la limitación de espacio, pero ¿cómo explicar “qué es y cómo se genera el dinero” en menos líneas…?. Mis observaciones son estrictamente profesionales como periodista y escritor. Espero que puedan seguir adelante con el mismo humor y propiedad que hasta ahora, con la diagramación y contenido de calidad que han logrado. Los saludo con atenta consideración.Jorge Milia
Vecino de calle Los CiruelosEl artículo sobre la invasión turística a la Quebrada de Humahuaca generó también aportes y cierto tirón de orejas para la revista. Aquí van los comentarios del blog:
Anónimo dijo... Acabo de llegar de esos lares. Es indignante, ALGUIEN tiene que hacer algo, no llegué a Humahuaca, porque después de pasar por Purmamarca y Tilcara no quise escarbar en la herida abierta. Es lamentable el deterioro sufrido, no hay control, la polución es de todo tipo, ni siquiera pude sacar fotos de las callejuelas emblemáticas porque los autos, camionetas de todo porte, propagandas, etc. tapaban la visual del caminante. No pueden PROTEGER de esta invasión bárbara esos lugares? cuál es la autoridad encargada de su preservación? el Banco MACRO no puede elegir otro lugar para propagandear u otra forma que no sea la de agredir con un GIGANTE cartel azul, frente a la placita principal de Tilcara, cartel que tapa TOTALMENTE un cuarto de cuadra? qué desprecio por lo nuestro, por nuestra historia, por los habitantes, hay alguna autoridad allí? qué está haciendo para poner coto a esta destrucción? irresponsables e ignorantes, son los adjetivos que en mi indignación me surgen en este momento.
Rodrigo Heredia dijo... Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores. Es una realidad que los efectos del turismo masivo en la Quebrada de Humahuaca son un perjuicio social con magros beneficios económicos para la población del lugar. Recuerdo que cuando fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad se inició una escalada de especulación inmobiliaria foránea con precios ridículos para la zona, con acuerdo de los políticos locales de turno. En lo ambiental, supongo que la generación de basura habrá aumentado geométricamente, y es de imaginar que los basurales de la quebrada no están pensados para semejante volumen. En sintesis, esta cadena de transformaciones en las comunidades de la quebrada están convirtiéndola en algo cada vez más parecido a la cultura de los turistas.
Sin embargo, los cambios se producen a pesar de todo. Es imposible que todo vuelva a ser como antes porque la pobreza nunca fue, es y será pintoresca. Recordemos los altos índices de desnutrición de los alumnos de las escuelas rurales de Jujuy, donde el gobierno aporta no más de $ 1/día para la alimentación de los chicos. El turismo es trabajo, que en el caso de la quebrada tiene que ser regulado por las autoridades y premiado con turistas respetuosos. Es una camino de ida sin retorno.
En la nota, el redactor desliza generalizaciones poco felices de la juventud que visita la zona, tales como: ... "la juventud de todo el país.. tiene vía libre para intoxicarse con todas las drogas conocidas", "marea de pseudo-hippies de bamboleante paso e inentendible habla", "la abundante suciedad y diversa fauna que arrastran los camufla con el suelo", o "pseudo-hippie que fue expulsado de alguna gran ciudad, seguramente por su poca afición al trabajo". No voy a explayarme sobre las citadas generalizaciones. Simplemente, diré que siempre es un riesgo colocarse en evaluador moral de los otros.
"Si ves a alguien cometer un error, aunque sea grave, no te juzgues mejor que él, porque no sabes hasta cuando podrás mantenerte en el buen camino". Imitación de Cristo, Thomas Kempis
Mis sinceras felicitaciones por la revista.
Diversiones pavotas y baratas para gente culta
Para comenzar con algo fácil, podemos tratar de formar frases que contengan sólo una vocal, denominadas “Monovocalismo” (lo de mono no se refiere al simio, sino que significa uno). Quizás pueda hacerse famoso como León Gieco, quien compuso toda una canción con una sola vocal (Los Orozco), aunque claro que también necesitará la genialidad musical para escribirla en un solo acorde y un solo ritmo durante 6 minutos, al igual que este kantautor (la k no es un error de tipeo, y tampoco me refiero a Kant). Los novatos pueden contentarse con escribir algo así: “El célebre Pepe es este pelele que ves en el retrete”.
Otro divertimento son los “Pangramas” - del griego pan (todo) y grama (letra) -. Mi enciclopedia dice que es una “frase holoalfabética”, por lo que tuve que volver a consultar a Grondona, quien me explicó que holos también significa “todo” y que alfabeto no es otra cosa que las dos primeras letras griegas (luego de esto, quemé mi enciclopedia). Pues bien, un pangrama es una frase que contiene todas las letras del alfabeto. Claro que cualquier texto largo es un pangrama, pero el chiste está en que sea corto. Dos ejemplos, y después usted sigue solito: “El jovencito emponzoñado de whisky, qué figura exhibe.” “El jefe buscó el éxtasis en un imprevisto baño de whisky y gozó como un duque.”
Sólo para expertos, existen también los palíndromos, que son frases que se leen igual de adelante hacia atrás o al revés. Los hay bíblicos: “Adán no cede con Eva y Yavé no cede con nada”, profundos: “Somos raza, ese azar somos”, escolares: “¿Son mulas o los alumnos?”, dietéticos: “Obeso, lo sé, sólo sebo”, excusatorios: “No di mi decoro, cedí mi don”, etílicos: “¡Arriba la birra!”, informáticos: “Amargor pleno con el programa”, under: “Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina”, y por último, un palíndromo ad hoc: “Sé verla al revés”.
Los que sí son útiles, sobre todo para docentes y pupilos, son los mnemónicos, frases fáciles de aprender que sirven para recordar conceptos difíciles. “Eurípides, no me sofocles que te esquilo”, sirve para recordar a los autores trágicos griegos más importantes: Eurípides, Sófocles y Esquilo. “Don Julio y Don Amperio fueron a darse un voltio y acabaron dándose por el culombio” sirve para recordar las unidades electrofísicas.
Para terminar, le regalamos un truco tramposo para que pueda ganar al Scrabble cuando se lo compre:
SGEUN UN ETSDUIO DE UNA UIVENRSDIAD IGNLSEA, NO IPMOTRA EL ODREN EN EL QUE LAS LTEARS ETSAN ERSCIATS, LA UICNA CSOA IPORMTNATE ES QUE LA PMRIREA Y LA UTLIMA LTERA ESETN ECSRITAS EN LA PSIOCION COCRRTEA. EL RSTEO PEUDEN ETSAR TTAOLMNTEE MAL Y AUN PORDAS LERELO SIN POBRLEAMS. ETSO ES PQUORE NO LEMEOS CADA LTERA POR SI MSIMA, SNIO LA PAALBRA EN UN TDOO. PRESNOAMELNTE ME PREACE ICRNEILBE.
¡¡¡TNATOS AOÑS DE COLGEIO AL DNIIVO BTOON!!!
Sócrates, el ignorante
Su esposa Jantipa fue sin dudas quien lo catapultó a la fama, ya que la mujer, de reconocido mal genio y peor figura, incentivó al filósofo a ausentarse de su casa para andar siempre paseando y charlando con quien se le cruzara. Fué ella quien inspiró las geniales frases “Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre”. O la conocida “Después de la tormenta, viene la lluvia”, dicha a sus díscipulos después de que su mujer le tirara un baldazo de agua, tras una fuerte discusión.
De pequeña estatura, vientre prominente, ojos camaleónicos y nariz exageradamente respingona, la figura de Sócrates era motivo de burla. Alcibíades lo comparó con los silenos, aquellos seguidores ebrios y lascivos de Dioniso, el famoso dios del vino. Platón consideraba digno de ser rememorado el día que se lavó los pies y se puso sandalias, y Antifón, el sofista, decía que ningún esclavo querría ser tratado como él se trataba a sí mismo. LLevaba siempre la misma capa, y comía y bebía lo más barato. Pero lo sorprendente es que un hombre así acabara siendo considerado por los griegos -que creían que la belleza del alma armoniosa se reflejaba en la armonía del cuerpo- como modelo del decoro filosófico.
Sócrates fue un maestro muy particular. Convencido de que “la educación es la inflamación de una llama, no el relleno de un recipiente”, jamás daba una respuesta a las inquietudes de sus discípulos, sino que, mediante preguntas, los iba guiando para que cada uno encuentre la respuesta. Esto es, enseñaba a pensar, en lugar de pensar por los demás. Mediante preguntas, primero ponía en evidencia la ignorancia de su interlocutor. Este método se llama “ironía”, y con él el filósofo era capaz de hacer decir a cualquiera los más ridículos disparates, como que todos los perros son verdes o que uno es igual a dos. Claro que cuando uno es capaz de llegar a semejantes conclusiones por el propio razonamiento, se siente un burro que no sabe en qué ha fallado. Descubierta entonces la propia ignorancia, y llevando la humildad al alma de su interlocutor, Sócrates ayudaba luego a ir encontrado la “verdad” del asunto. A este método lo llamó “mayéutica”, que significa en griego “dar a luz”, ya que era la forma en que “iluminaba” a sus discípulos para que ellos mismos encontraran la verdad. La técnica era la misma - usar preguntas en lugar de respuestas -, aunque el objetivo era totalmente diferente al de la “ironía”. No sabemos si es coincidencia o destino, pero lo cierto es que la madre de Sócrates era partera, y quizás de allí proviene el nombre de la mayéutica.
Así fué como Sócrates sentó las bases del la ciencia, instaurando la duda como método. “La ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades”, sentenció. Asimismo, fue él quien puso la mirada, no ya en la naturaleza y su esencia (tema que desvelaba a sus predecesores), sino en el hombre mismo, en la ética o el “arte de lo bueno”. Pensaba que “El malo lo es por ignorancia, y por tanto se cura de ello con la sabiduría”. y por eso se preocupó tanto por encontrar la verdad en la ética, ya que tenía un sentido práctico, el de transformar a la gente en alguien mejor. Valga como conclusión este conocido díalogo, llamado “Los tres filtros”:
- Antes me gustaría que pasaras la prueba del triple filtro. El primero es el de la Verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
- Me acabo de enterar y ...
- ... o sea, que no sabes si es cierto. El segundo filtro es el de la bondad. ¿Quieres contarme algo bueno sobre mi discípulo?
- Todo lo contrario.
- Conque quieres contarme algo malo de él y sin saber si es cierto. No obstante aún podría pasar el tercer filtro, el de la Utilidad. ¿Me va a ser útil?
- No mucho.
- Si no es ni cierto, ni bueno, ni útil, ¿PARA QUÉ CONTARLO?
¡¡¡Vamos a romper los "Bafles"!!!
La excusa que ofrece el funcionario para instaurar la onda roja, es que, de otra manera, todos circularíamos cual Schumacher por las avenidas. ¿Y porqué no pone un zorro en cada avenida, que controle la velocidad, y a los demás nos deja ir sin prisa pero sin pausa? Con lo ahorrado en la compra de los infames aparatos, podría pagar varios sueldos de sus agentes, y de paso dar trabajo.
Una mañana me paré en el semáforo que está frente a FuadoAbdenur y Osadía (PNT, que le dicen). En tres minutos, por la avenida pasaron 40 vehículos, mientras que por Las Heras lo hicieron sólo 2. ¿Los tiempos asignados? 50 segundos contra 17, respectivamente. ¿Cabe en alguna cabeza? ¿Hace falta frenar una avenida para que alguien salga cada minuto y medio por el otro lado?
Pero la sinrazón reina en todas partes. En Sarmiento y Rivadavia instalaron otro aparato. ¿Para qué, si no hay cruce de autos? ¿Para que pasen los peatones? ¿No pueden pasar por la siguiente esquina? Otra: en Yrigoyen y Pedro Pardo hay tiempos muertos. Autos parados en ambas esquinas cuando pudiera darse el paso a la avenida. Son sólo dos ejemplos, no quiero sobreabundar.
En la ciudad las avenidas están cada vez más desiertas, y las angostas calles secundarias son las que mayor tránsito tienen que aguantar. Es natural, si en las primeras no nos dejan ir a una velocidad razonable, interrumpiéndonos con semáforos y reductores, que no están en las calles paralelas. ¿Nunca pensó en esto, estimado “Bafle”?
Dan ganas de llamar a la desobediencia civil. Por mi parte, ante la luz roja, miro y paso. Prefiero hacer esto a tratar de agarrar la onda verde, que sin querer los funcionarios han establecido en 120km/h. Prefiero esto, a tardar 3 veces más en llegar a cualquier lado, congestionando más el tránsito. Lo prefiero a circular por callecitas secundarias a velocidad de avenida, como casi todos.
Y como peatón, preferiría caminar por calles más tranquilas que las actuales. Hoy es más difícil cruzar la Vte. López que la Virrey Toledo. Y también extraño cuando podía cruzar caminando una avenida, sin tener que esperar a que pase el “malón” de autos que se pelean por recuperar el tiempo perdido en el semáforo.
Estimado “Bafle”: sepa escuchar al soberano. Si a esto le suma su experiencia, con seguridad sabrá aprovechar mejor a sus zorros y sus aparatos, para el bien de todos.
Nikola Tesla, el gran genio loco de hace 100 años
Entre las proezas, se cuenta que miles de voltios eléctricos pasaron por su cuerpo para encender lámparas, explotar discos de plomo y derretir trozos de metal que sostenía en su mano, mientras la electricidad actuaba en él.
En sus fotos suele vérselo leyendo, ya que era un gran aficionado a la literatura. Se cuenta que un día, mientras realizaba una caminata junto a un amigo, cayó en un asombroso trance en el que recitaba el Fausto de Goethe. Al despertar, se encontraba en un estado de completo éxtasis, ya que había descubierto el secreto para conducir la corriente alterna.
Nació en 1857 en la actual Croacia, y, luego de recibirse de ingeniero, Tesla emigró a EEUU en búsqueda de una carrera. Comenzó a trabajar junto a Thomas Edison en Nueva York, donde terminó de desarrollar muchos de los trabajos sobre los que el máximo inventor norteamericano trabajaba hacía muchos años. Eso sí, Edison se cuidó de inscribir las patentes a su nombre. No obstante, Tesla nunca pudo convencerlo de usar su motor de corriente alterna, en vez del pesado motor de corriente continua que vendía la compañía. Como Edison no estaba dispuesto a renunciar al uso de su descubrimiento, aunque la aplicación de la corriente alterna de Tesla (que es la que usamos hoy) fuese más efectiva, hubo un choque de personalidades que terminó con el trabajo en conjunto.
Pero Tesla no se rindió y comenzó a juntar fondos para armar su propio laboratorio. George Westinghouse, un millonario que invertía en el negocio de la electricidad, compró a Tesla la patente de la corriente alterna, lo cual le sirvió de base para crear el imperio Westinghouse, al imponerse en el sistema público por sobre el sistema propuesto por Edison, basado en la energía continua. Westinghouse fue quien apoyó a Tesla para instalar la primera usina de corriente alterna en las cataratas del Niágara durante 1895.
Hacia mediados de la década de 1890 empezó a anunciar que un nuevo sistema que desarrollaba le permitiría entregar energía eléctrica a millones de hogares en forma gratuita o a un precio casi imperceptible. Sus proyectos afirmaban que era posible transmitir energía sin necesidad de cables, sólo utilizando el aire como conductor, sin tener pérdidas significativas. Estos principios son los mismos que hoy permiten la transmisión inalámbrica que utilizamos cotidianamente en un control remoto normal o en un teléfono celular. Yendo aún más lejos, Nikola Tesla pensaba que, si podía iluminar por inducción una lámpara a una distancia de 4 metros, también podía repetir la experiencia en gran escala, usando la Tierra misma como transmisor. Así, poniéndola a en oscilación, lograría que la luz y la energía mundial fuesen gratuitas para toda la Humanidad. “ Ahora sabemos que las vibraciones eléctricas pueden transmitirse a través de un solo conductor. ¿Porqué no tratamos entonces de servirnos de la Tierra con ese propósito?”
Viendo a la Tierra como a una gran lámpara, Nikola Tesla realizó uno de los experimentos más increíbles de la historia. Usando sus generadores y transformadores logró producir energía a 4.000.000 de voltios. Enviando alto voltaje a un mástil de 70 mts. creó el equivalente de docenas de rayos con un ruido ensordecedor. No solo fabricó un Polo Sur artificial en el lado opuesto de la Tierra, produciendo las oscilaciones mundiales que había previsto, sino que logró encender lámparas ubicadas a 40 kms. de su laboratorio. Este experimento hizo volar la usina de Colorado, lo que lo alejó de la comunidad, que lo empezó a mirar como a un ser peligroso. Además, las quejas de los vecinos de la ciudad se habían multiplicado a raíz de denuncias por extraños sucesos, como la aparición de bolas luminosas sobre el laboratorio, lámparas eléctricas que explotaban espontáneamente y chispas que salían de las calles de la ciudad.
Todo esto, sumado a problemas financieros cada vez mayores, forzaron a Tesla a recurrir al multimillonario J. P. Morgan, a quien vendió un proyecto para crear un sistema de transmisión inalámbrico de datos que abarcaría todo el planeta. Morgan, que vio la posibilidad de acceder a un virtual monopolio del sistema de comunicaciones, le dio 150.000 dólares para desarrollar sus inventos y un predio en Long Island donde instaló el laboratorio de Wardenclyffe. Sin embrago, el entusiasmo de Morgan iba en disminución ante la falta de resultados concretos para exhibir. La gota que colmó el vaso fue la conversación que tuvo una noche Tesla con el millonario. El inventor, quizás con algunas copas de más, le confesó que el plan de transmisión de comunicaciones era en realidad un proyecto para transmitir electricidad sin costo a los hogares norteamericanos. Al día siguiente Morgan cortó todo apoyo a Tesla y éste se vio obligado a buscar nuevos inversores. Ésta fue la última oportunidad que tuvo para demostrar que era capaz de hacer realidad el proyecto de electricidad gratuita y sin límites.
Luego afirmó poseer un rayo que mediante ondas de frecuencia podría “partir a la tierra en dos como si se tratase de una manzana”. Basándose en experimentos con los que anteriormente había logrado derretir rubíes y diamantes, presentó al gobierno un proyecto para construir un artefacto capaz de lanzar un rayo electromagnético a miles de millas de distancia “capaz de derribar aviones a 400 kilómetros de distancia”. Por medio de una carta, se dirigió al entonces presidente Wilson revelando poseer lo que él denominó “el rayo de la muerte”. En la misiva afirmaba haber logrado ya resultados concretos que demostraban el enorme poder destructivo de su arma. Reveló que durante 1908, mientras su amigo Robert Peary intentaba llegar al Polo Norte, envió uno de sus rayos para que cayera al oeste de donde este se encontraba. De acuerdo con los registros que obran en la Fundación Tesla, envió a su amigo un telegrama en el que le anunciaba que recibiría una inequívoca señal suya mientras se encontraba de camino al Polo. Peary volvió sin haber percibido nada anormal, pero ese mismo día una devastadora y todavía inexplicada explosión sacudió a la zona de Tunguska, en Siberia. Cerca de 3.000 kilómetros cuadrados de bosque fueron barridos por una explosión que se calcula tuvo un poder de 50 megatones (una 3800 veces más que la bomba atómica detonada en Hiroshima). Nunca se dio una explicación convincente al suceso, ya que jamás se encontraron restos de algún meteorito, cráter u otro factor capaz de explicar semejante devastación. La gente que se encontraba a 400 kms. de distancia fue derribada por la fuerza de la explosión, que se escuchó incluso hasta los 1000 kms. a la redonda. En su carta al presidente, Tesla sugería que su rayo había sido el culpable de esa explosión y, debido a errores en sus cálculos, el estallido se había producido en una zona alejada de sus planes. Escribió que al enterarse del peligro que encerraba su invento, decidió desarmar la maquina hasta que estuviesen dadas las condiciones para que sea debidamente comprendida.
Sobre el final de la guerra, Tesla propuso un haz de ondas electromagnéticas para detectar aviones y submarinos a distancia, pero su eterno competidor, Thomas Edison, recomendó desechar la idea por inviable. Años más tarde los británicos desarrollaron el sistema y lo denominaron radar, el que luego fue adaptado para operar en las profundidades y sirvió para desarrollar los sonares modernos.
En un último intento por aportar con sus inventos a la humanidad, envió reproducciones de los planos de su “rayo de la muerte” a los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Rusia y del Reino Unido, con la idea que con semejante poder destructivo en manos de todas las potencias se lograría un equilibrio capaz de traer una nueva época de paz a la humanidad.
Enfermo debido a su continua exposición a intensos campos electromagnéticos, Tesla murió durante 1943 tratando en vano de aportar con sus ideas al esfuerzo norteamericano para derrotar la maquinaria bélica del eje. Al día siguiente a su muerte todas sus notas y los aparatos de sus laboratorios fueron retirados por agentes del gobierno y hasta la fecha continúan protegidos como secreto de estado.
De cada quien según su capacidad, a cada quien según sus necesidades
En la fábrica donde trabajé veinte años ocurrió algo extraño. Fue cuando el viejo murió y se hicieron cargo sus herederos. Eran tres: dos hijos y una hija que pusieron en práctica un nuevo plan para dirigir la empresa. Nos dejaron votar y todo el mundo, o casi todo el mundo, lo hizo favorablemente, porque no sabíamos en realidad de qué se trataba. Creíamos que ese plan era bueno, o mejor dicho, pensamos que se esperaba de nosotros que lo creyésemos bueno. Consistía en que cada empleado en esa fábrica trabajaría según su habilidad o destreza, y sería recompensado de acuerdo a sus necesidades. ¿Cómo se llamaba esa fábrica? Twentieth Century Motor Company.
Votamos por el plan en una gran reunión a la que asistimos unos seis mil, es decir, todos los que trabajábamos allí. Los herederos pronunciaron largos discursos, no demasiado claros, pero nadie hizo preguntas. Ninguno estaba seguro de cómo funcionaría ese plan, pero todos pensábamos que nuestros compañeros lo habían comprendido. Si alguien tenía dudas al respecto, se sentía culpable y debía mantener la boca cerrada, porque todo aquel que se opusiera al plan hubiese parecido un desalmado, al que no era justo considerar humano. Nos dijeron que aquel plan significaba la concreción de un ideal muy noble. ¿Cómo íbamos a pensar lo contrario? ¿No habíamos oído decir durante toda nuestra vida, a nuestros padres y maestros, y a los pastores religiosos, leído en todos los periódicos y visto en todas las películas, y escuchado en todos los discursos públicos que aquello era recto y justo?
¿Sabe cómo funcionó aquel plan y cuáles fueron sus efectos en nosotros? Es como verter agua en un depósito en cuya parte inferior hay un caño por el que se vacía con más rapidez de la que usted lo llena y cada balde que echa dentro ensancha ese desagüe cada vez más, entonces cuanto más uno duramente trabaja, más se le exige; primero trabaja cuarenta horas semanales, luego cuarenta y ocho, y, más tarde, cincuenta y seis, para pagar la cena del vecino, la operación de su mujer, el sarampión del niño, la silla de ruedas de su madre, la camisa de su tío, la educación de su sobrino, o para el niño que ha nacido en la casa de al lado, o el que va a nacer; en fin para cuantos lo rodean, y que han de recibirlo todo, desde pañales a dentaduras postizas, mientras uno trabaja desde el amanecer hasta la noche, un mes tras otro y un año tras otro, sin tener más para mostrarles a esas personas que el propio sudor, sin otra expectativa que la complacencia de los demás para el resto de su vida, sin descanso, sin esperanza, sin fin...
Nos dijeron que formábamos una gran familia, que todos participábamos en la empresa juntos, pero no todos trabajábamos diez horas diarias, ni padecíamos a la vez un dolor de vientre. ¿Cómo establecer, de un modo exacto, la capacidad de unos y las necesidades de otros? Cuando todo se hace en común, no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades, ¿verdad? Si lo hace, pronto acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es cierto. ¿Por qué no? Si no tengo derecho a tener un auto, hasta que caiga en una sala de hospital por haber trabajado para proporcionarle un coche a cada holgazán y a cada salvaje del mundo, ¿por qué no puede exigirme también un yate, si aún sigo de pie, si no he colapsado? ¿No? ¿Por qué no? Y entonces, ¿por qué no exigirme también que prescinda de la crema de mi café, hasta que él haya podido pintar su habitación...? ¡Oh, bien!... Acabamos decidiendo que nadie tenía derecho a juzgar sus propias necesidades o sus propias convicciones, y que era mejor votar sobre ello. Votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como una ganancia lícita, nadie tenía derechos ni sueldos, su trabajo no le pertenecía sino que pertenecía a ‘la familia’, mientras que ésta nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias ‘necesidades’, es decir, suplicar en público un alivio a las mismas, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que ‘la familia’ le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque eran las miserias y no el trabajo lo que se había convertido en la moneda de aquel reino, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno reclamaba que su necesidad era peor que la de sus hermanos. ¿Quiere saber lo que ocurrió? ¿Quiere saber quiénes mantuvieron la calma, sintiendo vergüenza y quiénes se aprovecharon de la situación?
Pero eso no fue todo. En la misma reunión se descubrió otra cosa. La producción de la fábrica había disminuido en 40 por ciento en el primer semestre, y se llegó a la conclusión que alguien no había trabajado ‘de acuerdo con su destreza o capacidad’. ¿Quién era? ¿Cómo averiguarlo? La ‘familia’ votó también sobre eso. Así se determinó quiénes eran los más capacitados, y a éstos se los sentenció a trabajar horas extra cada noche durante los siguientes seis meses. Horas extras sin paga, porque no se pagaba por el tiempo trabajado, ni por la tarea realizada, sino tan sólo según las necesidades.
"¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? ¿Y en qué clase de seres nos fuimos convirtiendo, los que alguna vez habíamos sido seres humanos? Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para ‘la familia’ no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos, sino que nos castigarían? Sabíamos que si un sinvergüenza arruinaba un grupo de motores, originando gastos a la compañía, ya fuese por descuido o por incompetencia, seríamos nosotros los que pagaríamos esos gastos con horas extra y trabajando hasta los domingos. Por eso, nos esforzamos en no sobresalir en ningún aspecto.
Recuerdo a un joven que empezó lleno de entusiasmo por ese noble ideal, un muchacho brillante. El primer año ideó un plan de trabajo que nos ahorró miles de horas-hombre y lo entregó a ‘la familia’, sin pedir nada a cambio, aunque tampoco hubiera podido hacerlo. Se portó como creía correcto, lo hacía por el ideal. Pero cuando en una votación lo declararon el más inteligente de todos, y lo sentenciaron a trabajar de noche porque no habíamos conseguido extraerle aún lo suficiente, cerró la boca y el cerebro. Le aseguro que el segundo año no aportó ninguna idea nueva.
¿Qué era eso que siempre nos habían dicho acerca de la competencia descarnada del sistema de ganancias, donde los hombres debían competir por ver quién realizaba mejor trabajo que sus colegas? ¿Cruel, no es así? Deberían haber visto lo que ocurría cuando todos competíamos por realizar el trabajo lo peor posible. La acusación que más temíamos era la de resultar sospechosos de capacidad o diligencia. La habilidad era como una hipoteca insalvable sobre uno mismo. ¿Para qué teníamos que trabajar? Sabíamos que el salario básico se nos entregaría del mismo modo, trabajáramos o no, recibiríamos la ‘asignación para casa y comida’, como se la llamaba, y más allá de eso no había chances de recibir nada, sin importar el esfuerzo. No podíamos planear la compra de un traje nuevo para el año siguiente porque quizá nos entregarían una ‘asignación para vestimenta’, o quizá no.
Dependía de si alguien no se rompía una pierna, necesitaba una operación o traía al mundo más niños, y si no había dinero suficiente para adquirir ropas nuevas para todos, no lo habría para nadie.
Recuerdo a cierto hombre que había trabajado duramente toda su vida porque siempre había querido que su hijo fuera a la universidad. Bueno, el muchacho terminó la secundaria durante el segundo año del plan, pero ‘la familia’ no quiso entregar al padre ninguna asignación para que siguiera sus estudios. Dijeron que su hijo no podía ir a la universidad hasta que hubiera suficiente dinero para que los hijos de todos pudieran hacerlo.
También, había un viejo viudo y sin familia que tenía una afición: los discos fonográficos. Creo que era todo cuanto pudo desear conseguir de la vida. En otros tiempos solía ahorrar en comida para poder comprar algún disco nuevo de música clásica. Pues bien: no le dieron "asignación" para discos por considerarlo ‘un lujo personal’ pero durante esa misma reunión, una niña fea y desagradable, de ocho años, llamada Millie Bush, que era la hija de alguno, consiguió que votaran para comprarle un par de aparatos de oro para sus dientes, porque se trataba de una ‘necesidad médica’ según el psicólogo que consideró que sino se enderezaban sus dientes, la niña tendría un complejo de inferioridad. El viejo amante de la música se dio a la bebida, hasta tal punto que rara vez lo veíamos sobrio. Pero había algo que no podía olvidar. Cierta noche, mientras se tambaleaba por una calle, vio a Millie Bush y empezó a darle puñetazos hasta dejarla sin un diente, ni uno solo.
La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar.
La producción de niños fue la única que no disminuyó, sino que, por el contrario, se hizo cada vez mayor. La gente no tenía otra cosa que hacer y, por otra parte, no tenían por qué preocuparse, ya que los niños no eran una carga para ellos, sino para ‘la familia’. En realidad, la mejor posibilidad para obtener un respiro durante algún tiempo, era una ‘asignación infantil’, o una enfermedad grave.
Pronto nos dimos cuenta de cómo funcionaba aquello. Quien quisiera jugar limpio, tenía que privarse de todo, perder el gusto por los placeres, aborrecer fumar o masticar chicle, preocupado de que hubiese alguien que necesitara más esas monedas. Sentía vergüenza de la comida que tragaba, preguntándose quién la habría pagado con sus horas extras, pues sabía que esa comida no era suya por derecho propio y prefería ser engañado antes que engañar. No se casaba ni ayudaba en sus hogares para no ser una nueva carga para ‘la familia’. Pero los desorientados y los irresponsables se aprovecharon. Trajeron niños al mundo, se casaron, y trajeron consigo a todos los indignos parientes que tenían en todo el país, y a cada hermana soltera que quedaba embarazada y con el fin de obtener ‘asignaciones por incapacidad’, contrajeron más enfermedades de las que cualquier médico podía atender, arruinaron sus ropas, sus muebles y sus casas, pero ¡qué importaba!: ‘la familia’ pagaba todo. Así, encontraron más modos de tener ‘necesidades’ que los que nadie hubiera podido imaginar, desarrollaron una habilidad especial para eso, la única habilidad que mostraban.
Se nos había dado una ley con la cual vivir y que llamaban ley moral, que castigaba a quienes la cumplían. Cuanto más tratábamos de vivir de acuerdo con esa ley, más sufríamos y cuando más la burlábamos, mayores recompensas obteníamos. La honestidad era una herramienta entregada a la deshonestidad ajena. Los honestos pagaban, mientras los deshonestos cobraban. El honesto perdía y el deshonesto ganaba.
Éramos un buen grupo de personas decentes al principio. No había demasiados oportunistas entre nosotros. Conocíamos bien nuestra tarea, nos sentíamos orgullosos de ella, y trabajábamos para la mejor fábrica del país, que sólo admitía en su plantel a los más selectos obreros. Al cabo de un año del nuevo plan, no quedaba entre nosotros ni una sola persona decente. El plan transformó a la gente decente en cretinos, sin que se pudiera obrar de otra manera... ¡y a eso llamaban ideal moral!
¿Para qué habríamos de desear trabajar? ¿Por amor a nuestros hermanos? ¿Qué hermanos? ¿Para los aprovechadores, los sinvergüenzas, los holgazanes que veíamos a nuestro alrededor? Si eran simuladores o incompetentes, si no querían trabajar o estaban incapacitados para hacerlo, ¿qué nos importaba a nosotros? Si quedábamos reducidos para toda la vida al nivel de su capacidad, fingida o real, ¿para qué preocuparnos? No teníamos manera de saber cuáles eran sus verdaderas condiciones, carecíamos de medios para controlar sus necesidades. Éramos bestias colocadas allí como instrumentos de aquél que quisiera satisfacer las necesidades de otro.
¿Amor fraternal? Fue allí cuando aprendimos a aborrecer a nuestros hermanos por primera vez en la vida. Los odiábamos por todas las comidas que ingerían, por los pequeños placeres que disfrutaban, por la nueva camisa de uno, el sombrero de la esposa de otro, una salida familiar, o la pintura de la casa, porque todo eso nos era quitado a nosotros, era pagado con nuestras privaciones, nuestras renuncias y nuestro hambre. Empezamos a espiarnos unos a otros, con la esperanza de sorprendernos en alguna mentira acerca de nuestras necesidades y disminuir las asignaciones en la próxima reunión. Y empezamos a servirnos de espías, que informaban acerca de los demás, revelando, por ejemplo, si alguien había comido pavo el domingo, posiblemente pagado con el producto de apuestas. Empezamos a meternos en las vidas ajenas, provocamos peleas familiares para lograr la expulsión de algún intruso. Cada vez que veíamos a alguno saliendo en serio con una chica, le hacíamos la vida imposible, y así arruinamos numerosos compromisos matrimoniales, porque no queríamos que nadie se casara, no queríamos más gente a la que alimentar.
En los viejos tiempos, el nacimiento de un niño era celebrado con entusiasmo y generalmente ayudábamos a las familias a pagar sus facturas de la clínica si estaban apretadas. Pero luego, cuando nacía un niño, estábamos varias semanas sin dirigirle la palabra a sus padres.
¿Sacó alguien algún provecho de todo esto? Sí, los herederos. No vaya usted a contestarme que sacrificaron una fortuna y que nos entregaron la fábrica como regalo, porque también en esto nos engañaron. No había dinero en el mundo que pudiese comprar lo que ellos buscaban, porque el dinero es demasiado limpio e inocente para tal cosa.
El más joven, Eric Starnes, era un sometido, sin valor ni energía para hacer nada en especial. Resultó electo director del departamento de Relaciones Públicas que no hacía nada y tenía a sus órdenes a un personal ocioso, por lo cual no tenía por qué quedarse en la oficina. Su paga, en realidad no debería llamarla así, porque no se ‘pagaba’ a nadie... la limosna que se votó para él, era muy modesta, algo así como diez veces mayor que la mía, pero a Eric no le importaba el dinero, porque no hubiera sabido qué hacer con él. Pasaba el tiempo entre nosotros, demostrándonos su compañerismo y su espíritu democrático. Le encantaba que la gente le demostrase afecto. Su mayor empeño consistía en recordarnos a cada instante que nos habían dado la fábrica. Ya no podíamos soportarlo.
Gerald Starnes era nuestro director de producción. Nunca pudimos averiguar la medida de su rastrillaje de ganancias, pero hubiéramos necesitado todo un equipo de contadores y otro de ingenieros para saber de qué modo todo aquel dinero pasaba por una tubería directa o indirectamente a su despacho. Sin embargo, nada figuraba como beneficio particular, sino como medios con los que pagar los gastos de la compañía. Gerald tenía tres automóviles, cuatro secretarias y cinco teléfonos, y solía organizar fiestas con champán y caviar, que ningún gran magnate que pagara impuestos en el país podía permitirse. Por la noche le gustaba entrar en las tiendas vestido de etiqueta, con gemelos de brillantes, del tamaño de monedas, desparramando la ceniza de su puro por doquier. Un bruto con plata que no tiene otra cosa que exhibir aparte de su dinero, ya es un tipo desagradable, pero al menos no necesita mostrar que el dinero es suyo y uno puede contemplarlo con la boca abierta si lo desea. Pero cuando un bastardo como Gerald Starnes se exhibe de ese modo y declara una y otra vez que no le preocupa la riqueza material y que sólo sirve a ‘la familia’, que todos aquellos lujos no son para él sino en beneficio del bien común porque es preciso mantener el prestigio de la firma y del noble plan de la misma... entonces es cuando uno aprende a aborrecer a esos seres como nunca se ha aborrecido a ningún ser humano.
Pero su hermana Ivy era peor. A ella realmente no le importaba la riqueza material. La asignación que recibía no era mayor que la nuestra, y siempre iba con zapatos chatos y faldas simples y camisas, con el fin de demostrar su indiferencia. Era directora de Distribución, a cargo de nuestras necesidades, la que, en realidad, nos tenía agarrados del cuello. Se suponía que la distribución se realizaba por votación, por la voz de la gente, pero cuando la gente son seis mil voces roncas que tratan de decidir sin ningún criterio, medida o razón, cuando no existen reglas y cada uno puede pedir lo que quiera sin tener derecho a nada, cuando cada cual ejerce el derecho sobre la vida ajena pero no sobre la suya, todo acaba como efectivamente terminó: Ivy Starnes acabó siendo la voz del pueblo. Al finalizar el segundo año, abandonamos aquella farsa de las ‘reuniones de familia para proteger la eficacia productora y economizar tiempo’, que solían durar diez días, y todas las peticiones fueron enviadas directamente a la oficina de la señorita Starnes. No, no eran enviadas. Mejor dicho, cada peticionante en persona debía presentarse allí y ella elaboraba una lista de distribución que nos leía en una reunión que duraba tres cuartos de hora. Luego votábamos. Había diez minutos para la discusión y las objeciones, pero no formulábamos ninguna, para ese tiempo ya nos habíamos dado cuenta. Nadie puede dividir la renta de una fábrica entre miles de obreros, sin una norma con que medir el valor de la gente. La de la señorita Ivy era la adulación a su persona. ¿Desinteresada? En los tiempos de su padre todo su dinero no le hubiera permitido hablar al tipo más bajo de su empresa en el modo como ella solía hablarles a nuestros más hábiles obreros y a sus esposas.
Allí residía el secreto de todo. Yo no dejaba de preguntarme cómo era posible que hombres educados, justos y famosos, pudieran presentar como buena tal abominación. Ahora comprendo que no obraron así por error, porque errores de este tamaño no se cometen nunca inocentemente. Y nosotros no éramos tampoco tan inocentes cuando votamos a favor del plan. No lo hicimos sólo porque creyéramos que la vieja y empalagosa farsa que nos presentaban fuera buena. Teníamos otro motivo, pero la farsa nos ayudó a ocultarlo de nuestros vecinos y de nosotros mismos. Ninguno votó sin pensar que dentro de una organización de tal clase participaría en los beneficios de quienes eran más hábiles que él. Nadie se consideró lo bastante rico y listo para no creer que alguien lo sobrepasaría, y este plan lo participaría de la riqueza y la inteligencia ajenas. Pero pensando conseguir beneficios de quienes estaban por encima, olvidamos que había seres inferiores, que buscaban lo mismo de nosotros, olvidamos a los inferiores que tratarían de explotarnos del mismo modo que cada uno intentaría explotar a sus superiores.
Conseguimos lo que nos habíamos propuesto, pero cuando nos dimos cuenta de lo que aquello representaba, ya era demasiado tarde. Los mejores de entre nosotros abandonaron la fábrica en la primera semana del plan. Así perdimos a los mejores ingenieros, supervisores, capataces y obreros especializados. Todo el que se respete no quiere verse convertido en vaca lechera de la comunidad. No quedaron más que los necesitados, sin habilidad ni condiciones.
Si algunos de nosotros, dotados de ciertas cualidades, optamos por quedarnos, fue porque llevábamos allí muchos años. Transcurrido algún tiempo, nos fue imposible marcharnos, porque ningún otro empresario nos habría admitido, y no se los puede culpar. Los dueños de las tiendas donde comprábamos empezaron a abandonar Starnesville a toda prisa, hasta que no nos quedaron más que los bares, las salas de juego y algunos comerciantes estafadores y aprovechadores, que nos vendían bazofia a precios exorbitantes.
Nuestras asignaciones fueron perdiendo valor a medida que aumentaba el costo de vida. En la empresa, la lista de los necesitados se fue estirando, al tiempo que la de sus clientes se acortaba. Cada vez era menor la riqueza a dividir entre más y más gente. En los viejos tiempos solía decirse que Twentieth Century Motors era una marca tan buena como el oro. Pero cuando nuestros clientes empezaron a notar que nunca lográbamos entregar un pedido a tiempo, y que siempre había algún defecto en los que entregábamos, el mágico emblema empezó a operar en sentido inverso: la gente no aceptaba un motor marca Twentieth Century ni regalado. Llegó un momento en que nuestros únicos clientes fueron los que nunca pagaban ni pensaban hacerlo, pero Gerald Starnes, embrutecido y engreído por su propia publicidad, empezó a ir de un lado a otro con aire de superioridad moral, exigiendo que los empresarios nos pasaran pedidos, no porque nuestros motores fueran buenos, sino porque necesitábamos esos pedidos urgentemente.
¿Qué beneficios podría reportar nuestra necesidad a una central eléctrica, por ejemplo, si sus generadores se paraban a causa de un defecto en nuestros motores? ¿Qué beneficio reportaría a un hombre tendido en una camilla de operaciones, si, de pronto, se le cortara la luz? ¿Qué bien haría a los pasajeros de un avión si el motor fallaba en pleno vuelo? Y si adquirían nuestros productos no por su calidad sino por nuestra necesidad, ¿la acción moral del propietario de la central eléctrica, del cirujano y del fabricante del avión sería buena, justa y noble?
Sin embargo, tal era la ley moral que profesores, directivos y pensadores habían querido establecer. ¿Imagina lo que hubiera sido a escala mundial? Trabajar pensando en que si alguien fallaba en cualquier lugar, era uno quien debería pagarlo. Trabajar sin posibilidad alguna de progreso, sin posibilidades de una ración extra, hasta que los camboyanos tuvieran alimento suficiente o hasta que todos los indios patagónicos hubieran ido a la universidad. Trabajar con un cheque en blanco, en poder de cada criatura nacida, hombres a los que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya laboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a aprender o cuestionar. Tan sólo trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es ésta la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?
Lo intentamos y aprendimos la lección. Nuestra agonía duró cuatro años, desde la primera reunión hasta la última, y todo terminó del único modo que podía terminar: en la quiebra.
Durante la última reunión, Ivy Starnes fue la única que intentó forcejear un poco. Pronunció un corto, desagradable y agresivo discurso en el que dijo que el plan había fracasado porque el resto del país no lo había aceptado, que una sola comunidad no podía llevarlo a la práctica y triunfar en medio de un mundo egoísta y avaro; que el plan era un ideal noble, pero que la naturaleza humana no estaba a su altura. Un joven, el mismo que había sido castigado por habernos dado una idea útil durante el primer año, se puso de pie, mientras todos seguíamos sentados en silencio, y se dirigió a Ivy Starnes, que ocupaba el estrado. No dijo nada, sino que la escupió en la cara. Y ése fue el fin del noble plan de Twentieth Century.
¡Cuentos como para dormir!
Sin embargo, años antes personajes más siniestros arrullaban a nuestros padres en su infancia. Algunos perduran aún en los recuerdos de generaciones recientes (el "Hombre de la Bolsa" asustó a más de un insurrecto que pretendía salir a la calle sin permiso o vigilancia). Recordemos algunos de estos versitos:
Con un cuchillito de punta alfiler.
Se fue hacia el mercado y se puso a vender:
“a veinte a veinte
las tripas de mi mujer”
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"Duérmete niño, duérmete ya,
que viene el Coco y te comerá.
Duérmete niño, duérmete ya,
que si no duermes, la cama caerá".
A diferencia de estos días, en, los que cada mamá (o papá, no seamos arcaicos) puede entretener sin mayores complicaciones a su chico con un programa de TV, hubo una época en donde esta “tarea” de pasar un rato en familia contribuía a la formación del niño, a la vez que permitía un momento de conexión entre ambos.
Algunas historias eran leídas en la cama, antes de ir a dormir. Pero otras –las mas lindas- nos eran recitadas íntegramente, haciendo el relato aun más interesante.
Yo recuerdo con felicidad un momento en particular, 20 años atrás, en que estaba enferma y mi abuela me cuidaba, y me relató una hermosa leyenda (como solo las abuelas saben hacerlo, dando a cada personaje un tono de voz diferente y manejando los tempos de la historia, para que en cada parte de ella seamos guiados hacia algún sentimiento en particular: miedo, expectación, risa, congoja). Ese cuento se llama La Flor del Ilolai.
Reproduzco este relato de Juan Carlos Dávalos, para que también los lectores lo disfruten y otros, lo recuerden:
Erase una viejecilla
que en los ojos tenía un mal
y la pobre no cesaba
de llorar.
Una médica le dijo:
- Te pudiera yo curar
si tus hijos me trajesen
una flor del Ilolay.-
Y la pobre viejecilla
no cesaba de llorar,
porque no era nada fácil encontrar
esa flor del ilo-ilo Ilolay.
Mas los hijos que a su madre
la querían a cual más,
resolvieron irse lejos a buscar,
esa flor maravillosa
que a los ciegos vista da.
Bernardo
- Va rajado el cuento, abuelo,
como vos me lo contáis.
¡ No habéis dicho que los hijos
eran tres!
Don Juan
- Bueno, ¡Ya están!
Y los tres, marchando juntos
caminaron, hasta dar
con tres sendas, y tomaron
una senda cada cual.
El chiquillo que a su madre quería más,
fue derecho por su senda sin parar,
preguntando a los viajeros
por la flor del Ilolay.
Y una noche, fatigado
de viajar y preguntar,
en el hueco de unas peñas
acostóse a descansar.
Y lloraba, y a la pobre
cieguecilla recordaba sin cesar.
Y ocurrió que de esas peñas
en la lóbrega oquedad,
al venir la media noche
sus consejos de familia
celebraba Satanás.
Y la diabla y los diablillos,
en horrible zarabanda
se ponían a bailar.
Carboncillo, de los diablos,
el más diablo para el mal,
¡Carboncillo cayó el último
de gran flor en el ojal!
- ¡Carboncillo!- gritó al verle
furibundo Satanás -,
¡petulante Carboncillo,
quite allá!
¿Cómo viene a mi presencia
con la flor de Dios hechura
que a los ciegos vista da?
Metió el rabo entre las piernas
y poniéndose a temblar,
Carboncillo tiró lejos
el adorno de su ojal.
Y el chiquillo recogióla,
y allá va,
¡corre, corre, que te corre,
que te corre Satanás!
el camino desandando sin parar,
y ganó la encrucijada
con la flor del Ilolay.
Le aguardaban sus hermanos,
y al mirarle regresar,
con la flor que no pudieron
los muy tunos encontrar,
¡le mataron, envidiosos,
le mataron sin piedad!
le enterraron allí cerca
del camino, en un erial,
y se fueron a su madre
con la flor del Ilolay.
Y curó la viejecita
de su mal,
y al pequeño recordando
sin cesar,
preguntaba a sus dos hijos:
-¿Dónde mi hijo, dónde está...?
- No le vimos, contestaban
los perversos, - que quizá
extraviado con sus malas
compañías andará.-
Y los días y los meses
se pasaron, y al hogar,
¡nunca, nunca el pobrecillo
volvió más!
Y una vez un pastorcillo
que pasó por el erial,
una caña de canutos
vio al pasar.
Con la caña hizo una flauta,
y poniéndose a tocar,
escuchaba el pastorcillo
de las notas al compás,
que la caña suspiraba
con lamento sepulcral:
- Pastorcillo, no me toques
ni me dejes de tocar:
¡Mis hermanitos me han muerto
por la flor del Ilolay!
La filosofía del Mate
El mate no es una bebida, corazones de otro barrio. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. El mate es exactamente lo contrario que la televisión. Te hace conversar si estás con alguien, o te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es “hola” y la segunda ¿unos mates? Esto pasa en todas la casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico o entre los adolescentes mientras estudian. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse nada en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas de los verdugos. Los buenos y los hijos de p...
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando lo pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando ese enanito de tu sangre empieza a tomarlo, que se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.
Cuando conocés a alguien por primera vez, siempre decís: “si querés venite a casa y tomamos unos mates”. La gente pregunta, cuando no hay confianza: ¿Dulce o amargo? El otro responde: como tomés vos. Los teclados de las computadoras argentinas tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te la da de onda, o le pedís y está todo bien. La yerba no se le niega a nadie.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad, no es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es porque ha descubierto que tiene alma. O estás muerto de miedo, o estás muerto de amor, o algo, pero no es un día cualquiera. Ninguno de nosotros nos acordamos del día en tomamos por primera vez un mate solos. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro mil revoluciones.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores. Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena, la charla, no el mate. Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma y viceversa. Es la sinceridad para decir, cambiá la yerba, o arreglalo un poco. Es el compañerismo hecho momento. Es la sensibilidad al agua hirviendo. Es el cariño para preguntar, estúpidamente: ¿está caliente, no? Es la modestia de quien ceba en mejor mate. Es la generosidad de dar hasta el final. Es la hospitalidad de la invitación. Es la justicia de uno por uno. Es la obligación de decir gracias, al menos una vez al día. Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.
Ahora vos sabés, un mate no es sólo un mate. Andá calentando el agua, que voy para allá.
¿Y cómo anda, compañero Fidel?
Un turista pregunta en una tienda de música, en La Habana:
- ¿Tiene la canción “Morir de amor” por las Hermanas Fabrisa en 45 revoluciones?
- No, ese no lo tenemos, pero si tenemos “Morir de hambre” por los Hermanos Castro en una sola revolución.
Letreros en el parque zoológico de La Habana:
- Antes de 1960: Por favor no darle comida a los animales.
- Entre 1960 y 1989: Por favor no quitarle la comida a los animales
- Después de 1990: Por favor no comerse los animales
- ¿En qué se parecen el Vaticano y la Reforma Agraria Cubana?
- En que en 50 años, solo han producido cuatro papas.
Conversación entre Chávez y Fidel:
FIDEL – Compañero, ¿qué estás haciendo?,
CHÁVEZ – Aquí, compañero, "Bolivarizando" al pueblo venezolano. Y tú ¿qué estás haciendo?
FIDEL – ¿Yo? Aquí, "Martirizando" al pueblo Cubano. (¿será que lo dice por José Martí, el ilustre pensador cubano que tanto influenció a su pueblo?)
El maestro pregunta a Pepito Cubanito:
- ¿Quién es tu madre?
- La Patria, inspector.
- Y ¿ tu padre?
- Fidel, inspector.
- Y tú ¿que quieres ser Pepito?
- Yo... huérfano, profesor
La maestra pregunta a Pepito:
- ¿Qué es el Capitalismo?
- Es un basurero lleno de carros, juguetes y comida.
- Muy bien, Pepito. ¿Y el Comunismo?
- El mismo basurero, pero vacío
- Pepe, estoy por creer que Adán y Eva eran cubanos.
- ¿Y eso por qué?
- Porque no tenían ropa, andaban descalzos, no los dejaban comer ni manzanas, y les insistían que estaban en el paraíso.
Las formas de gobierno, explicadas con vacas
PÚBLICAS:
SOCIALISMO: Tenés 2 vacas. Le regalás una a tu vecino.
COMUNISMO: Tenés 2 vacas. El estado te quita las dos y te regala un poco de la leche.
FASCISMO: Tenés 2 vacas. El estado te las quita y te vende un poco de la leche..
NAZISMO: Tenés 2 vacas. El estado te las quita y te fusila.
BUROCRACIA: Tenés 2 vacas. El estado te quita las dos, mata una, ordeña a la otra y tira toda la leche.
CAPITALISMO TRADICIONAL: Tenés 2 vacas. Vendés una y con la plata comprás un toro. Tu rebaño se multiplica y la economía crece. Luego vendés el rebaño y te retirás a vivir de tu renta.
PRIVADAS (Empresas según su origen):
ESTADOS UNIDOS: Tenés 2 vacas. Vendés una y obligás a la otra a producir la leche de 4 vacas. Después contratas un consultor para analizar por qué la vaca cayó muerta.
FRANCIA: Tenés 2 vacas. Vas al paro, organizás disturbios y cortás las rutas para exigir 3 vacas.
JAPÓN: Tenés 2 vacas. Las rediseñás para que tengan una décima parte de su tamaño natural, y para que produzcan veinte veces más leche que una vaca normal.
ALEMANIA: Tenés 2 vacas. Mediante un proceso de re-ingeniería las hacés vivir 100 años, comer una vez al mes y ordeñarse solas.
CHINA: Tenés 2 vacas. Tenés 300 personas ordeñándolas. Afirmás tener pleno-empleo y alta productividad bovina. Arrestás al reportero que publica la verdadera situación.
INDIA: Tenés 2 vacas...a las que adoras!
INGLATERRA: Tenés 2 vacas. Las 2 están locas.
RUSIA: Tenés 2 vacas. Las cuentas y tienes 5. Las cuentas de nuevo y te da 42. Las vuelves a contar y tienes 2. Dejas de contar vacas y te tomas otra botella de vodka.
IRAK: Todos piensan que tenés muchas vacas. Les decís que no tenés ninguna. Nadie te cree así que te bombardean e invaden. Igual seguís sin tener ni una vaca, pero por lo menos ahora sos parte de una “Democracia”.
SUIZA: Tenés 5000 vacas. Ninguna te pertenece pero le cobrás a los dueños por guardarlas.
ARGENTINA: Tenés 2 vacas. Las matás e invitás a tus amigos a comer un asado tremendo.
PARAGUAY: Tenes 2 vacas. no les das de comer...ni las cuidas. Después te vas a Caacupé (capital espiritual del Paraguay) a pedir a la Virgen que no se mueran y que te den mucha leche. Surge el milagro, pero dejás que la leche se corte y no la vendés. Te vas otra vez al año siguiente a pedir otro milagro.
Neuróbica contra el Alzheimer
El hemisferio derecho del cerebro se lo va a agradecer
El simple hecho de cambiar de mano para cepillarse los dientes, contrariando su rutina y obligando la estimulación del cerebro, es una nueva técnica para mejorar la concentración, entrenar la creatividad y la inteligencia y así realiza un ejercicio de Neuróbica.
Un descubrimiento dentro de
Cerca del 80% de nuestro día está ocupado por rutinas, que a pesar de tener la ventaja de reducir el esfuerzo intelectual, esconden un efecto perverso: limitan el cerebro. Para contrariar esta tendencia, es necesario practicar ejercicios "cerebrales" , que hacen a las personas pensar solamente en lo que están haciendo y concentrarse en esa tarea. El desafío de Neuróbica es hacer todo aquello contrario a la rutina, obligando al cerebro a un trabajo adicional.
- Use el reloj en el pulso contrario al que normalmente lo usa
- Cepíllese los dientes con la mano contraria a la acostumbrada
- Camine por la casa de espaldas (en
- Vístase con los ojos cerrados
- Estimule el paladar con cosas diferentes
- Vea las fotos, de cabeza para abajo (o las fotos o usted)
- Mire la hora en el espejo
- Cambie de camino para ir y volver del trabajo
- Muchos otros, dependiendo de su inventiva.
La idea es cambiar el comportamiento de rutina. Trate de hacer algunas cosas diferentes con su otro lado del cerebro, estimulándolo de esa manera. ¡Vale la pena probar! Sigan las instrucciones, se lo recomiendo. Aunque yo tuve algunas dificultades, a saber:
Cambié el reloj de muñeca y cada vez que me preguntan la hora y miro automáticamente la muñeca izquierda, me ponen cara de "¿éste es estúpido o tiene Alzheimer?".
Intenté manejar el cepillo de dientes con la zurda: lo agarré por las cerdas y le puse pasta a la punta de plástico. Me quedaron las encías a la miseria.
Caminé de espaldas por mi casa (cuando no había nadie, claro, para que no me tomen por pirucho), pisé un juguete de mis hijos y me fui al demonio. Tuve que esperar 4 horas a que mi vecina escuchara mis gritos para que me ayude a levantarme. ¡¡Me cacho en los chinos!!
Me vestí con los ojos cerrados: me puse el calzoncillo que me había quitado la noche anterior (sí, duermo en cueros, ¿y qué?) y que había dejado para lavar (y bien que lo necesitaba…), y me calcé mocasines de distinto color.
Quise estimular el paladar con cosas diferentes y me agarré una curda morbosa con pisco peruano.
Si pudiera ponerme de cabeza laburaría en un circo, así que intenté girar 180 grados las fotos de la compu, pero como, en cumplimiento de estas sanas directivas, manejé el mouse con la condenada zurda, borré gran parte del archivo de fotos (¡mi hija me va a matar!).
Casi ni veo la hora en mi reloj... ¡y pretenden que la mire en el espejo!
Me equivoqué, y en lugar de cambiar de camino para ir y volver del trabajo, cambié de lugar de trabajo. Fui al anterior y me sacaron a patadas.
Por último, traté de mandar un mail contando esta experiencia, tratando de dominar el #*¬|%\! ratón con la #*¬|%\! zurda e incluí en la lista por error a todo el directorio de la empresa. Al rato me llamó mi jefe para preguntarme si siempre fui así de estúpido o si estoy haciendo un master.
Déjenme de jorobar, seguiré con mis rutinas, total, el Alzheimer no es tan jodido, y ni siquiera te das cuenta.