Por Andrea Larsen
El autor del siguiente relato, Dino Segre (más conocido como Pitigrilli), puede haberse arrepentido al final de su vida de muchas de las cosas que escribió. Sin embargo, no deja de ser un agudo observador de la realidad. Leamos “Entrar en Materia”:
"Pero ¿cómo empiezo? – se preguntó repetidamente la mujer -. ¿Qué le digo?".Este cuento generará opiniones encontradas entre hombres y mujeres. Sin embargo, les aclaro que estas situaciones pueden darse siendo los protagonistas hombre o mujer, el engañado o engañada. Nuestro comportamiento no es tan diferente, después de todo. En este caso, el autor decidió que fuera el hombre el engañado (lo cual pondrá nervioso a mas de un marido, celoso o no). Pero un dato para ellos: el mensaje final “He sido un cretino”, sirve como la mejor manera de disculparse, ante un desliz que hubieran tenido, y del cual su pareja se haya enterado. La mejor excusa que se puede dar a una mujer muchas veces, es la sinceridad del arrepentimiento. ♦
Su encuentro no iba a ser fácil. Muchos errores eran de ella, algunas culpas eran de él. Al analizar todo lo desagradable que nos sucede en la vida, vemos que las más de las veces los artífices de nuestros infortunios somos nosotros mismos, porque elegimos mal el dentista, el abogado, el mecánico, el automóvil demasiado usado, la mujer demasiado nueva. "Pero ¿cómo empiezo?", se repetía ella. Se habían encontrado aquella tarde después de algunos años de separación. Entre ellos dos sucedió lo que no se puede narrar en treinta líneas ni en treinta libros, porque los dramas de nuestra vida son historias indescifrables e inmensas. Del mismo modo que cada átomo es un reducido sistema solar, cada particular minuto de nuestro destino es la reproducción, en miniatura, de las grandes tragedias. La novela psicológica y los que pretenden explicar lo inexplicable, nos lo están enseñando.
¿Cómo había sido? ¡Bah! De repente, en un período plácido de su vida sentimental, sucedió algo desagradable e inexplicable, hechos y palabras, por cuyo motivo ella le había dicho cualquier cosa y él le había contestado con palabras irrelevantes. Las palabras irrelevantes, las frases más grises, son las más peligrosas, porque el interlocutor le atribuye significados, colores, alucinaciones imprevisibles. Jules Renard escribió que nunca se debería hablar, porque nunca se sabe cómo se lo tomará el otro.
Ella se fue y encontró a alguien. Un alguien cualquiera. Cuando una mujer busca un alguien cualquiera, lo encuentra, y siempre es de ocasión y provisional, y cuando éste se vaya espontáneamente o sea expulsado del lecho, se presentará otro como él. Las aventuras sin-pies-ni-cabeza se fabrican en serie.
Pero un buen día, después de haber hecho algunas experiencias, y mientras pensaba de nuevo en "aquel" gran amor, ella experimentó la necesidad de volver al hombre, al verdadero hombre, al único hombre de su vida, del cual había escapado sin saber por qué. Nuestra existencia es un mosaico de "sin saber por qué”.
Pocas horas antes de encontrarse con él, después de una separación tan prolongada, ella aún se preguntaba: Pero ¿cómo empiezo?, y pensaba reprocharle su incomprensión. "Cuando te dije..., tú debiste responderme..., y sin embargo...". Ella buscaba en el comportamiento de él su propia justificación. "Pero hoy -pen-ensaba- ¿cómo empiezo?". Había sido ella quien le había pedido una entrevista. Ella debía empezar.
En sus tiempos escolares se creaba a los niños con un "complejo" de la carta, que, finalizados los estudios, llevaban consigo durante toda la vida. Se les enseñaba que debe contener un preámbulo, un cuerpo y un final. Que lo primero que hay que hacer es "entrar en materia", y, si observamos a algunos en el acto de empezar a escribir una carta, tenemos la impresión de que con la pluma en la mano y los ojos en la bóveda estén celebrando un rito o elevando una invocación a los dioses. Conozco gente que, antes de enfrentarse con la primera línea, efectúa un movimiento giratorio con el antebrazo, como si las ideas tuvieran que fluirle de la mano. "No sé cómo empezar", confiesa el muchacho ante el abismo de la página en blanco, y muchos experimentarán con él la duda, porque ninguno tiene el heroísmo de enseñar que una carta y una conversación no se inician aplicando cánones fijos, sino que se pueden empezar como se quiera. Lo esencial es expresar cuanto antes, y con un mínimo de palabras, lo que se quiere decir.
Ella se había preparado tres o cuatro "introducciones": una patética, una dramática, una sugestiva, una conciliadora, una suplicante, reservándose la posibilidad de decidirse por ésta o aquélla según la actitud que él mantuviese. Cuando estuvieron el uno frente al otro, ella intentó concentrar sus ideas, reconstruir el esbozo de preámbulo y balbució:
- No sé... no sé cómo decírtelo. No sé cómo empezar.
Luego respiró profundamente, como para mandar un metro cúbico de oxígeno al cerebro, y, para decir algo insignificante, dijo:
- He sido una cretina.
El hombre la frenó con la mano:
- Basta. ¡Detente!. No añadas nada más. No podías empezar mejor que como lo has hecho.
Y le tendió los brazos y la estrechó contra su pecho, como había hecho tres años atrás por primera vez.
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