Había una vez un ratón que vivia en la casa de una familia de granjeros. Un día, vio que ellos habían comprado una ratonera. Preocupado, salió corriendo a contarles a los demás animales:
¡¡¡Pusieron una ratonera, pusieron una ratonera!!!
Pero nadie le llevó el apunte:
A mi no eso no me perjudica – dijo la gallina mientras escarbaba -. No es asunto mío.
Quédese tranquilo – respondió el cordero -. Lo voy a tener en cuenta en mis oraciones, es lo único que puedo hacer.
¿Acaso creés que eso me va a afectar? – se burló la vaca -. Andate para otro lado, alarmista.
Así, una noche el ratón sintió que la trampa se había accionado, y fue a ver quién había sido la víctima: una cobra. La mujer de la casa fue a ver también, y en ese preciso momento, la cobra, en rápida venganza, le mordió la pierna.
El hombre llevó a su esposa al hospital, pero volvió con fiebre. El remedio: una sopa, por lo que fue por la gallina. Al tiempo, como la mujer empeoraba, muchos fueron a visitarla, por lo que hubo que convidarlos con un cordero. Pero como al final murió, para pagar los gastos del funeral el hombre tuvo que vender la vaca al matadero.
Este cuento nos viene de perillas para ilustrar la forma en que los hechos se encadenan, transformando en propios los problemas que parecían ajenos. Algo que parecía no afectarnos de manera directa, y que por eso no le prestamos atención, termina tarde o temprano perjudicando hasta al más pintado.
También viene a colación de lo que les quiero decir, un conocido chiste, que más bien es para llorar, en el que un niño le pregunta a su padre: “Papá, ¿qué es peor, la ignorancia o la indiferencia?” A lo que el bruto le contestó: “Ni lo sé, ni me importa”.
¿Y qué es lo que les quiero decir? Pues bien… es un tirón de orejas. La poca participación que recibimos en el blog habla de un barrio desinteresado de sus asuntos. Ni siquiera se acercó un emo o un flogger a desmentir lo que dijimos de ellos; tampoco alguien comprometido en negocios piramidales; tampoco siquiera una sola de las personalidades de algún esquizofrénico que comentara las notas sobre psicología; ni un kirchnerista que nos llamara “golpistas” por la sección de opinión.
¿Y qué hay con la seguridad vial? Tenemos que esperar otro accidente para que se acuerden de lo que planteamos? Miren que después sólo queda llorar sobre la leche derramada.
El medio está, es éste. Usémoslo para canalizar nuestras inquietudes. No lo desaprovechemos. No todos tienen esta oportunidad. No seamos como los miserables que piensan que la democracia se construye yendo un domingo cada dos años a poner un voto. Lo que tenemos, no lo tenemos por derecho divino. Lo tenemos porque alguien se jugó un poco para obtenerlo. Sí, la libertad, la seguridad, la justicia, la educación, y un largo etcétera, no caen como maná del cielo. Hay que salir y reclamar. Luchar por lo que queremos. Ser parte. En el teatro de la vida cada uno de nosotros es el protagonista, y no el público. ¿Hagamos una linda obra? ¿Hagamos un barrio mejor? Participemos, entonces.♦
¡¡¡Pusieron una ratonera, pusieron una ratonera!!!
Pero nadie le llevó el apunte:
A mi no eso no me perjudica – dijo la gallina mientras escarbaba -. No es asunto mío.
Quédese tranquilo – respondió el cordero -. Lo voy a tener en cuenta en mis oraciones, es lo único que puedo hacer.
¿Acaso creés que eso me va a afectar? – se burló la vaca -. Andate para otro lado, alarmista.
Así, una noche el ratón sintió que la trampa se había accionado, y fue a ver quién había sido la víctima: una cobra. La mujer de la casa fue a ver también, y en ese preciso momento, la cobra, en rápida venganza, le mordió la pierna.
El hombre llevó a su esposa al hospital, pero volvió con fiebre. El remedio: una sopa, por lo que fue por la gallina. Al tiempo, como la mujer empeoraba, muchos fueron a visitarla, por lo que hubo que convidarlos con un cordero. Pero como al final murió, para pagar los gastos del funeral el hombre tuvo que vender la vaca al matadero.
Este cuento nos viene de perillas para ilustrar la forma en que los hechos se encadenan, transformando en propios los problemas que parecían ajenos. Algo que parecía no afectarnos de manera directa, y que por eso no le prestamos atención, termina tarde o temprano perjudicando hasta al más pintado.
También viene a colación de lo que les quiero decir, un conocido chiste, que más bien es para llorar, en el que un niño le pregunta a su padre: “Papá, ¿qué es peor, la ignorancia o la indiferencia?” A lo que el bruto le contestó: “Ni lo sé, ni me importa”.
¿Y qué es lo que les quiero decir? Pues bien… es un tirón de orejas. La poca participación que recibimos en el blog habla de un barrio desinteresado de sus asuntos. Ni siquiera se acercó un emo o un flogger a desmentir lo que dijimos de ellos; tampoco alguien comprometido en negocios piramidales; tampoco siquiera una sola de las personalidades de algún esquizofrénico que comentara las notas sobre psicología; ni un kirchnerista que nos llamara “golpistas” por la sección de opinión.
¿Y qué hay con la seguridad vial? Tenemos que esperar otro accidente para que se acuerden de lo que planteamos? Miren que después sólo queda llorar sobre la leche derramada.
El medio está, es éste. Usémoslo para canalizar nuestras inquietudes. No lo desaprovechemos. No todos tienen esta oportunidad. No seamos como los miserables que piensan que la democracia se construye yendo un domingo cada dos años a poner un voto. Lo que tenemos, no lo tenemos por derecho divino. Lo tenemos porque alguien se jugó un poco para obtenerlo. Sí, la libertad, la seguridad, la justicia, la educación, y un largo etcétera, no caen como maná del cielo. Hay que salir y reclamar. Luchar por lo que queremos. Ser parte. En el teatro de la vida cada uno de nosotros es el protagonista, y no el público. ¿Hagamos una linda obra? ¿Hagamos un barrio mejor? Participemos, entonces.♦
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