Siempre presente en nuestra vida, ocupamos un tercio de nuestro tiempo en obtenerlo. Sin embargo, el dinero tal cual es hoy encierra misterios insondables para la mayoría de nosotros. ¿Qué es en realidad? ¿Cómo es posible que cambiemos valiosos bienes por insignificantes papelitos? ¿Qué es lo que otorga valor real a un simple número almacenado en una computadora como saldo de su cuenta bancaria?
Es sabido que al principio fue el trueque el instrumento de intercambio, con sus consiguientes problemas: Yo quiero lo que tú tienes, pero tú no quieres lo que yo tengo. Podemos buscar un tercero que quiera lo que yo tengo, y a cambio te de algo que tú si quieres. ¿Despelotado no?
Por eso, hubo que buscar comerciar con algo que todo el mundo quisiera, o mejor dicho, algo que todo el mundo aceptara como medio de pago.
- ¿Y yo para qué quiero tu cabra? Ni me gusta ni me sirve. Pero oro o plata, acepto. Tampoco me sirve, pero a eso me lo aceptan en todos lados cuando quiera ir a comprar algo.
Y esta es la característica principal del dinero, que sea un medio de pago aceptado por todos. No importa si son billetes, metales preciosos o cigarrillos (esta es la moneda común en muchas cárceles). Lo importante es que la gente crea que es algo que tiene valor.
En un comienzo el oro y la plata cumplieron este rol. Así sucedió que la gente que era muy rica, se comenzó a preocupar por la seguridad de su fortuna. Es ahí donde nacen los bancos, que en un principio sólo se dedicaban a resguardar la riqueza de sus clientes. Recibían una cantidad x de metales preciosos, entregaban un recibo por esto, y luego cobraban una comisión por sus servicios.
Y este fue el origen del billete: los comerciantes dejaron de pagar con metales, directamente entregaban el “recibo”, para que su poseedor sacara el oro o la plata del banco cuando quisiese. Esta práctica, sumada al surgimiento de los cheques de banco (que es un papelito que dice “paguesé de mi cuenta la suma x”), se hizo tan habitual y ampliamente aceptada, que la gente ya no iba al banco a sacar los metales, directamente iban cambiando papelitos.
Los banqueros, ni lerdos ni perezosos, viendo que ya nadie retiraba los metales preciosos, tuvieron una genial idea: prestar a otros el oro y la plata que sus clientes habían depositado, cobrando por ello un interés. De todas formas, en algún momento todo se iba a devolver, y sus clientes no tenían porqué enterarse. Pero como siempre, la codicia hizo su jugada: los banqueros terminaron prestando todo lo que tenían, sin guardar un “fondo de emergencia”, por las dudas alguien quisiera ir a retirar sus riquezas físicamente.
En algún momento, claro, algún desubicado fue a pedir su oro, y se llevó la sorpresa de que no podían devolvérselo, ya que otra persona lo tenía. Se corrió la voz, y entonces todos se agolparon a pedir por lo que era suyo.
Al banquero no le quedó otra que explicarles loque había hecho. Los depositantes, entonces, no tuvieron otra que esperar a que los prestatarios devolvieran lo que habían tomado prestado. Claro que la jugarreta no le saldría gratis al banquero: a partir de ahí, convinieron los depositantes, el banco debería pagarles un interés por gestionar su dinero, en vez de cobrar por sólo guardarlo. Así fue que se arreglaron e hicieron las paces.
Sin embargo, el problema no terminó ahí. Viendo la importancia que tomaron los bancos y sus papelitos, el estado se metió a regular. Era necesario. Los cheques de banco daban vueltas por todos lados y el estado, debiendo garantizar el orden, debía cerciorarse de la seguridad del sistema. Esto pasaba por controlar que los bancos tuvieran los depósitos que decían tener, y por otro lado que no prestaran toooodo lo que tenían, pues si alguien quería sacar su plata, debía haber un margen de seguridad para no dejar plantado al cliente. Así nació lo que hoy llamamos “tasa de encaje”, que es la porción que un banco debe tener en efectivo de lo que pusieron los depositantes, o, en otras palabras, la parte de nuestra plata que el banco no puede prestar.
A la par de esto, se da un fenómeno muy importante que casi nadie conoce: la creación de dinero que no existe físicamente, sino sólo como un número en la contabilidad de los bancos. O sea que los bancos dicen tener plata que en realidad no tienen, pues tantos billetes no existen en el sistema monetario. ¿Cómo puede suceder esto? Pues bien, así:
Supongamos que se imprimen $100 en billetes y que se los dan a Cristina. Ella va y los pone en un banco. El banco, obligado a mantener un 20% en concepto de encaje, se guarda $20 y le presta $80 a Néstor. Néstor se va con sus $80, y los pone en otro banco, que igual que el anterior guarda el 20% ($16), y presta el 80% ($64) a Máximo, que de nuevo los traspasa de banco, el cual guarda $12,80 y presta a Florencia $51,20.
Ahora tenemos cuatro bancos con cuatro clientes, cuyos saldos de sus cuentas bancarias son los siguientes: Cristina tiene $100, Néstor tiene $80, Máximo $64 y Florencia $51,20, lo que totaliza $295,20 ¡¡¡que se crearon de un billete de $100!!! Cada uno de ellos, cheque mediante, va y compra alegremente carteras, mocasines, diputados y senadores.
Este esquema podría repetirse hasta el infinito, con sucesivos préstamos. ¿Y hasta dónde pueden crecer los depósitos? Si pensó que hasta el infinito, está equivocado. Por esas bellezas de la matemática, los depósitos pueden crecer un número limitado de veces, dada una cantidad de efectivo en billetes. Este número de veces es el que resulta de dividir 1 por la tasa de encaje; en el ejemplo sería 1 dividido 0,20, lo que da 5. O sea que los depósitos pueden crecer hasta 5 veces lo que se ingresó al sistema bancario, hasta $500 partiendo de $100 en nuestro ejemplo.
El gran problema con esto, es que tanto Cristina como Néstor y demás creen que de verdad su plata existe en el sistema. ¡¡¡Ellos mismos la fueron a dejar!!! Pero que no se les ocurra ir todos juntos a retirar sus billetes, porque no hay, ni habrá nunca. Así es como se genera una “corrida bancaria”: si todos vamos a retirar nuestra plata del banco, el banco no podrá devolvernos. La única forma de que esto siga en pie, es que todos creamos que podremos sacar nuestros billetes cuando queramos, así que le recomiendo que deje su platita en el banco, si no quiere armar un despelote.
En resumen, la confianza es vital para el sistema. Por eso, en épocas de desconfianza, piénselo dos veces antes de poner su plata en el banco para ganar unos cuantos intereses. Toda inversión tiene sus riesgos. Nunca más piense que los bancos son absolutamente seguros, así se lo firmen. Nunca podrán manejar este riesgo, que en nuestro país se hace sentir cada 7 u 8 años.
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