miércoles, 4 de marzo de 2009

¡Cuentos como para dormir!

Hoy los chicos escuchan melodías de Mozart ya desde la panza, pues se asigna a su música propiedades tales como aumentar la inteligencia.

Sin embargo, años antes personajes más siniestros arrullaban a nuestros padres en su infancia. Algunos perduran aún en los recuerdos de generaciones recientes (el "Hombre de la Bolsa" asustó a más de un insurrecto que pretendía salir a la calle sin permiso o vigilancia). Recordemos algunos de estos versitos:

"Bichito colorado mató a su mujer
Con un cuchillito de punta alfiler.
Se fue hacia el mercado y se puso a vender:
“a veinte a veinte
las tripas de mi mujer”

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"Duérmete niño, duérmete ya,
que viene el Coco y te comerá.
Duérmete niño, duérmete ya,
que si no duermes, la cama caerá".

Un poco de nostalgia literaria

A diferencia de estos días, en, los que cada mamá (o papá, no seamos arcaicos) puede entretener sin mayores complicaciones a su chico con un programa de TV, hubo una época en donde esta “tarea” de pasar un rato en familia contribuía a la formación del niño, a la vez que permitía un momento de conexión entre ambos.

Algunas historias eran leídas en la cama, antes de ir a dormir. Pero otras –las mas lindas- nos eran recitadas íntegramente, haciendo el relato aun más interesante.

Yo recuerdo con felicidad un momento en particular, 20 años atrás, en que estaba enferma y mi abuela me cuidaba, y me relató una hermosa leyenda (como solo las abuelas saben hacerlo, dando a cada personaje un tono de voz diferente y manejando los tempos de la historia, para que en cada parte de ella seamos guiados hacia algún sentimiento en particular: miedo, expectación, risa, congoja). Ese cuento se llama La Flor del Ilolai.

Reproduzco este relato de Juan Carlos Dávalos, para que también los lectores lo disfruten y otros, lo recuerden:
Andrea Larsen

Don Juan - Bernardo

Erase una viejecilla
que en los ojos tenía un mal
y la pobre no cesaba
de llorar.

Una médica le dijo:
- Te pudiera yo curar
si tus hijos me trajesen
una flor del Ilolay.-

Y la pobre viejecilla
no cesaba de llorar,
porque no era nada fácil encontrar
esa flor del ilo-ilo Ilolay.

Mas los hijos que a su madre
la querían a cual más,
resolvieron irse lejos a buscar,
esa flor maravillosa
que a los ciegos vista da.

Bernardo

- Va rajado el cuento, abuelo,
como vos me lo contáis.
¡ No habéis dicho que los hijos
eran tres!

Don Juan

- Bueno, ¡Ya están!
Y los tres, marchando juntos
caminaron, hasta dar
con tres sendas, y tomaron
una senda cada cual.

El chiquillo que a su madre quería más,
fue derecho por su senda sin parar,
preguntando a los viajeros
por la flor del Ilolay.

Y una noche, fatigado
de viajar y preguntar,
en el hueco de unas peñas
acostóse a descansar.
Y lloraba, y a la pobre
cieguecilla recordaba sin cesar.

Y ocurrió que de esas peñas
en la lóbrega oquedad,
al venir la media noche
sus consejos de familia
celebraba Satanás.

Y la diabla y los diablillos,
en horrible zarabanda
se ponían a bailar.

Carboncillo, de los diablos,
el más diablo para el mal,
¡Carboncillo cayó el último
de gran flor en el ojal!

- ¡Carboncillo!- gritó al verle
furibundo Satanás -,
¡petulante Carboncillo,
quite allá!

¿Cómo viene a mi presencia
con la flor de Dios hechura
que a los ciegos vista da?

Metió el rabo entre las piernas
y poniéndose a temblar,
Carboncillo tiró lejos
el adorno de su ojal.

Y el chiquillo recogióla,
y allá va,
¡corre, corre, que te corre,
que te corre Satanás!
el camino desandando sin parar,
y ganó la encrucijada
con la flor del Ilolay.

Le aguardaban sus hermanos,
y al mirarle regresar,
con la flor que no pudieron
los muy tunos encontrar,
¡le mataron, envidiosos,
le mataron sin piedad!
le enterraron allí cerca
del camino, en un erial,
y se fueron a su madre
con la flor del Ilolay.

Y curó la viejecita
de su mal,
y al pequeño recordando
sin cesar,
preguntaba a sus dos hijos:

-¿Dónde mi hijo, dónde está...?

- No le vimos, contestaban
los perversos, - que quizá
extraviado con sus malas
compañías andará.-

Y los días y los meses
se pasaron, y al hogar,
¡nunca, nunca el pobrecillo
volvió más!

Y una vez un pastorcillo
que pasó por el erial,
una caña de canutos
vio al pasar.

Con la caña hizo una flauta,
y poniéndose a tocar,
escuchaba el pastorcillo
de las notas al compás,
que la caña suspiraba
con lamento sepulcral:

- Pastorcillo, no me toques
ni me dejes de tocar:
¡Mis hermanitos me han muerto
por la flor del Ilolay!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que gusto encontrar esta nota! Mi padre fue de los niños que se durmió con estos cuentos, y que mas tarde transimitio a mis hermanos y a mi. Todavia conservo una casette que contiene el relato de la flor del ilolay, recitada por Jaime Davalos. Que reliquia en estos tiempos!
Muchas gracias!
Silvia

Redacción Ciudad.WIKI dijo...

Gracias a vos, Silvia!!!

La verdad que esto es una reliquia. Ayer mi abuela me hacía acordar que también nos la recitaba en el monumento a Güemes, a la noche, y nos hacía creer que los diablitos estaban escondidos por ahí. Fué volver un segundo a cuando tenía 5 años.

Deberías considerar subir a internet esa grabación que tenés, así no se pierde.

Bueno, agradezco mucho tus comentarios, que tanto nos ayudan a seguir en la lucha por este proyecto. Un abrazo.

cruceño dijo...

Andrea

Lo relatado cobra mayor interes y dimension entre los que nos hemos criado en los pueblos alejado de las ciudades, donde esta era la forma de "educacion" y formacion particularmente de los traviesos.
Felicidades. Es bueno recordar lo pasado
Cruceño.

Redacción Ciudad.WIKI dijo...

Gracias por tu comentario Cruceño! Es lindo desempolvar un poco las tradiciones de antaño y recordar sus enseñanzas no?
Me alegro mucho que este articulo haya llegado a personas como vos, de iguales origenes que aquellas que lo inspiraron. Si hay otros versos que conozcas, te invito a plasmarlos y compartirlos en este espacio.
Un abrazo grande
Andrea

néstor dijo...

Silvia: hace diez años que perdí ese casette y siempre lo añoro. Me gustaría recuperarlo. Soy de Mar del Plata, mi correo es garradai@yahoo.com.ar.
Si podés hacer algo te lo agradeceré siempre
Néstor Garrido
Quintna 2073
Mar del Plata