miércoles, 4 de marzo de 2009

Sócrates, el ignorante

“Sólo sé que no sé nada; y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo”. Así comienzan las enseñanzas de este gran filósofo. Su figura fue controvertida en su época, tan es así que terminó condenado a muerte a los 71 años por el sólo hecho andar por ahí charlando con la gente. En efecto, Sócrates nunca escribió nada (para vergüenza de Menem), y lo que conocemos de él se lo debemos a sus alumnos, siendo Platón el más conocido.

Su esposa Jantipa fue sin dudas quien lo catapultó a la fama, ya que la mujer, de reconocido mal genio y peor figura, incentivó al filósofo a ausentarse de su casa para andar siempre paseando y charlando con quien se le cruzara. Fué ella quien inspiró las geniales frases “Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre”. O la conocida “Después de la tormenta, viene la lluvia”, dicha a sus díscipulos después de que su mujer le tirara un baldazo de agua, tras una fuerte discusión.

De pequeña estatura, vientre prominente, ojos camaleónicos y nariz exageradamente respingona, la figura de Sócrates era motivo de burla. Alcibíades lo comparó con los silenos, aquellos seguidores ebrios y lascivos de Dioniso, el famoso dios del vino. Platón consideraba digno de ser rememorado el día que se lavó los pies y se puso sandalias, y Antifón, el sofista, decía que ningún esclavo querría ser tratado como él se trataba a sí mismo. LLevaba siempre la misma capa, y comía y bebía lo más barato. Pero lo sorprendente es que un hombre así acabara siendo considerado por los griegos -que creían que la belleza del alma armoniosa se reflejaba en la armonía del cuerpo- como modelo del decoro filosófico.

Sócrates fue un maestro muy particular. Convencido de que “la educación es la inflamación de una llama, no el relleno de un recipiente”, jamás daba una respuesta a las inquietudes de sus discípulos, sino que, mediante preguntas, los iba guiando para que cada uno encuentre la respuesta. Esto es, enseñaba a pensar, en lugar de pensar por los demás. Mediante preguntas, primero ponía en evidencia la ignorancia de su interlocutor. Este método se llama “ironía”, y con él el filósofo era capaz de hacer decir a cualquiera los más ridículos disparates, como que todos los perros son verdes o que uno es igual a dos. Claro que cuando uno es capaz de llegar a semejantes conclusiones por el propio razonamiento, se siente un burro que no sabe en qué ha fallado. Descubierta entonces la propia ignorancia, y llevando la humildad al alma de su interlocutor, Sócrates ayudaba luego a ir encontrado la “verdad” del asunto. A este método lo llamó “mayéutica”, que significa en griego “dar a luz”, ya que era la forma en que “iluminaba” a sus discípulos para que ellos mismos encontraran la verdad. La técnica era la misma - usar preguntas en lugar de respuestas -, aunque el objetivo era totalmente diferente al de la “ironía”. No sabemos si es coincidencia o destino, pero lo cierto es que la madre de Sócrates era partera, y quizás de allí proviene el nombre de la mayéutica.

Así fué como Sócrates sentó las bases del la ciencia, instaurando la duda como método. “La ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades”, sentenció. Asimismo, fue él quien puso la mirada, no ya en la naturaleza y su esencia (tema que desvelaba a sus predecesores), sino en el hombre mismo, en la ética o el “arte de lo bueno”. Pensaba que “El malo lo es por ignorancia, y por tanto se cura de ello con la sabiduría”. y por eso se preocupó tanto por encontrar la verdad en la ética, ya que tenía un sentido práctico, el de transformar a la gente en alguien mejor. Valga como conclusión este conocido díalogo, llamado “Los tres filtros”:

- ¿Sabes, Sócrates, lo que acabo de oír sobre uno de tus discípulos?
- Antes me gustaría que pasaras la prueba del triple filtro. El primero es el de la Verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
- Me acabo de enterar y ...
- ... o sea, que no sabes si es cierto. El segundo filtro es el de la bondad. ¿Quieres contarme algo bueno sobre mi discípulo?
- Todo lo contrario.
- Conque quieres contarme algo malo de él y sin saber si es cierto. No obstante aún podría pasar el tercer filtro, el de la Utilidad. ¿Me va a ser útil?
- No mucho.
- Si no es ni cierto, ni bueno, ni útil, ¿PARA QUÉ CONTARLO?

1 comentario:

Unknown dijo...

Me siento como Sócrates, mi único mal es la ignorancia y para curarlo tengo que llenarme de sabiduría.