Como la mujer está cada día más atareada con su nuevo rol social, al pobre hombre no le quedó otra que enamorarse de sí mismo. Tal vez extrañándola, quiso sentirla en su piel, y por eso (aprovechando que su mujer no estaba en casa), comenzó a probarse las cremas de día y las de noche, le robó la depiladora, la planchita y el maquillaje. Cuando hubo agotado todos los recursos caseros, salió a la calle para hacerse la manicura, el peinado del pájaro loco, se compró ropa apretada y colorida, y no paró hasta el implante de nalgas.
El hombre de ayer solía frecuentar con “los muchachos”, bares en los que hablaban de política, autos, aventuras y mujeres. Ahora, estos bares han sido reemplazados por peluquerías, spas, gimnasios y demás centros de belleza. Así, nuestra sociedad supo cambiar los roles del hombre: de proveedor a objeto. A su vez, la mujer cambió en sentido inverso: de objeto a proveedor. ¿Triste no? Lo cierto es que cada sexo no hizo otra cosa que copiarse del otro lo que no debía. El amor bien entendido nunca existió: antes era un comercio en el que se intercambiaba belleza por sustento, y ahora, como hombres y mujeres tienen su propia belleza y su propio sustento, lo único que cambió es que se intercambian las mismas cosas.
Todo se trata de apariencia, poder y dinero. Será por eso que odio las películas “de época”, en la que el príncipe bobo (pero adinerado y poderoso), se enamora perdidamente de la chica, cuyo único atributo es la belleza. Cupido hace las suyas, y el flechazo cae inevitable y “para siempre” en el primer encuentro. Claro que todas estas películas terminan con el casamiento. Habría que ver qué viene después, cuando a la doncella le comiencen a salir las canas y las arrugas, y se dé cuenta de que el amoroso príncipe le lleva más el apunte a su influyente mamá que a los caprichitos de su amada.
¿Dónde quedó el Amor? ¿Existió eso alguna vez? Claro que hay excepciones, pero todo indica que los divorcios de ayer no fueron más, por una cuestión social. Hoy no son más, por una cuestión económica. Antes era “feo”, socialmente hablando, y ahora no alcanza la plata. A los que les alcanza, varones y mujeres, volverán al comercio de poder/dinero por belleza, con un nuevo socio de veinte años menos. Y vuelta a empezar lo mismo, con idénticos resultados.
Si este es el amor de pareja, qué decir del amor de familia. Muchas veces se trata de lo mismo. Te quiero porque a tu lado soy mas lindo/poderoso/adinerado/orgulloso. ¿Proyectos o momentos compartidos? Habrá que sacarles una foto, para colgarla en el living para que los invitados piensen que en casa hay una familia, y no un rejunte de individualidades. (N de la R: ojo mis lectores con querer imponer a toda su familia sus propios proyectos como proyecto de familia. Así no es la cosa).
A ver si la familia reunida se sienta y empieza a conocerse. Sus preocupaciones, sus objetivos, sus placeres, sus fortalezas y debilidades. Abrirse y conocerse es más sencillo que andar ocultándose todo el tiempo, y más provechoso también. En los negocios todos saben lo bueno que es compartir experiencias y preocupaciones. ¿Porqué no lo aplicamos con la familia? ¿Hay algo que perder acaso? Sólo una cosa: la vergüenza. Charlemos.
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