Cuando él tenía 75 años y yo 12, coincidimos en un viaje hacia el Baritú, esa selva impresionante y desconocida del norte de Salta. Allí, el mosquito promedio parece un helicóptero, pero el nos tranquilizó así: “No hay de qué alarmarse, aquí a esos bichos se los comen las arañas, y a las arañas se las comen las víboras, y a las víboras se las comen los tigres, así que pueden dormir tranquilos”.
¿Y cómo conocía tanto la selva? Ahí me vine a enterar que este simpático señor había sido un geólogo importantísimo, que desde 1945 andaba por esa zona realizando estudios para determinar su potencial petrolero. Si ahora a ese lugar no va nadie, imagínese hace 64 años.
A partir de 1954, abandonó esta actividad para dedicarse a la agricultura forestal. Así, el “Yugo” resumió su vida en el fabuloso poema que pueden leer abajo.
Recuerdo también las noches en que lo escuchaba describiendo las constelaciones en el cielo, o las largas horas que podía pasar recitando de memoria poesía española. Además, a sus 75 años jugaba al básquet y tenía un estado físico perfecto con el que se daba el lujo de abrirse camino a machetazos entre la selva. Tenía infinidad de anécdotas para contar, resaltando las veces que rescató a gente que se ahogaba en el río, ya sea colgándose de un helicóptero o haciendo un clavado desde 25 metros de altura.
El Yugo se fué en el año 2006, a los 84 años. En su vida hizo mucho, y dejó mucho por hacer (yo sé de una antología poética y un gran proyecto hotelero en Baritú). Dejó muchos amigos, y el imborrable recuerdo de un hombre tan admirable, de esos que quisiera que conozcan mis hijos y mis nietos, de esos que parece que ya no habrán más.
Erik Larsen
Explorando la Selva (Autobiografía)
El que lleva medio siglo
de andar la selva por dentro;
de recorrer sus quebradas
en busca de afloramientos;
de cabalgar largas sendas
con los mulares cargueros;
de abrirse paso a machete
en los montes más espesos;
de cruzar a nado ríos,
correntosos, turbulentos;
de trepar filos rocosos
y bajar despeñaderos,
para evaluar por las rocas,
su potencial petrolero;
siempre explorando la selva,
conociendo sus secretos,
ha visto en muchos lugares
el trabajo maderero:
arriesgado, fuerte, rudo,
pero atractivo en extremo.
A tal punto que, admirado,
pensó en hacerse obrajero.
Lo intentó por muchos años,
compró monte y elementos,
mas nunca pudo lograrlo
por algo que es su secreto:
¡se enamoró de la selva,
porque, en el fondo,
es un bohemio!
Y el corazón de la selva,
verde por fuera y por dentro,
le dijo que son los árboles
sus amigos verdaderos.
Y un amigo no se cambia
por un poco de dinero.
Por eso, no tiene obraje,
pero sí, miles de cedros.
Que es decir, miles de amigos,
allá arriba, en el faldeo,
cuyas ramas extendidas,
igual que brazos abiertos,
o reciben, cuando llega,
con un abrazo fraterno.Domingo Jakúlica
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