martes, 14 de abril de 2009

Las actitudes políticas

por: Alfonso Carrido Lura *
Desde hace muchos años, la política argentina viene siendo influida por una serie de esquemas que deforman conceptos y obstaculizan la instauración de una auténtica democracia social. De entre ellos, vamos a referirnos a tres que consideramos entre los más importantes.
No pretendemos aquí analizar lo que el peronismo es, o fue, sino simplemente referirnos a la imagen que de él se tiene en un importante sector del pueblo argentino.

Parece claro que más allá de consideraciones de orden ético, o concernientes a su actitud con respecto a la libertad, o dirigidas al juzgamiento de determinados campos de su realización, como economía, educación, etc., lo que destaca el pensamiento de un porcentaje de los argentinos con respecto al peronismo, es su identificación con “lo popular” y la actitud correlativa de imaginar como “antipopular” a quien no acepta su “doctrina”.

Una insistente prédica de muchos años creó el mito y la mística, y la coyuntura económica hizo el resto. Pero no debemos atribuir la responsabilidad exclusivamente a los partidarios de Perón, sino encontrarla también en un buen sector de su
s opositores, que no siempre se alinearon para enfrentarlo por lo mucho negativo que exhibían, sino para procurar la defensa de intereses incompatibles con los de la Nación.
“Peronismo-antiperonismo” vino así a reemplazar para muchos la antinomia “popular-antipopular”, desjerarquizándola y preñándola de contenido demagógico y politiquero, ocasionando una falsa y peligrosa división del pueblo argentino alentada a dos puntas por los logreros del fanatismo y por quienes vislumbraban en la estéril lucha la posibilidad de demorar la aparición de un nuevo perfil argentino.

Así ocurrió muchas veces que, cuando una acción de gobierno golpeaba duro en la “derecha” y se hacia necesario el lógico apoyo popular, éste se retaceaba o aun ciertos sectores se sumaban al coro de las lamentaciones, estrechando las posibilidad de acción.

Aunque de menor importancia, pero de efectos p
erniciosos porque se da en niveles de dirigentes, es el “desacomodamiento” que suele producirse entre algunos partidarios del cambio, algunos de quienes desean avanzar hacia soluciones más justas y aspiran a concretar la grandeza nacional por encima de las conveniencias sectoriales.
Sucede a menudo que aquellos que así piensan no creen en la democracia como forma de gobierno útil para llevar sus ideas a la práctica y suponen que el camino posible es el que puede abrir un régimen autoritario, partiendo de la afirmación sádico-masoquista de considerar impotente al hombre para luchar por un destino mejor. Se ha dicho que esta actitud nunca es revolucionaria, sino simplemente rebelde, y lo cierto es que esa rebeldía ha frenado en el país auténticas posibilidades revolucionarias.

Por otra parte, algunos de los que creían en la libertad y en la democracia, suelen confundir los conceptos y reducirlos a declamaciones aparte, al “mundo” de sus negocios.

Consecuencia de esto es que se haya debilitado, y en no poca medida, el frente progresista del país.

En un país como el nuestro, de gran movilidad social, es lógico que existan vastos sectores de nuestro pueblo, expectativas insatisfechas, por
que el mejoramiento del nivel de vida siempre se ve como probable, y el avance de la técnica ha llevado a la categoría de indispensable algunas manufacturas que hasta hace poco habían sido consideradas poco menos que suntuarias. Cuando los presupuestos familiares no alcanzan para cubrir estos nuevos requerimientos, circunstancia común en los últimos años, hay una inclinación a responsabilizar al gobierno por el déficit. Así surge la idea de la necesidad de cambiarlo, luego la esperanza en el nuevo y sucesivamente otra decepción.
Esta actitud, a la que prestan mucha atención ciertos modernos asesores de propaganda deformadora de la opinión pública, hábilmente encauzada puede convertirse en un poderosísimo instrumento de desprestigio, no sólo de los gobiernos, sino de las propias instituciones.

Hemos conocido gobiernos buenos y malos, o, para usar comparativos, mejores y peores.
En todos los casos, en el apoyo o en la oposición, el pueblo estuvo dividido. Eso nos ha llevado a padecer la estupidez. Si este padecimiento sirviera para unir al pueblo, podríamos dar gracias a Dios por nuestro dolor y prepararnos para un futuro inmejorable.
Unión que no significa eliminar las discrepancias, sino sencillamente respetar el juego limpio de la democracia. Unión en la autenticidad, firmeza en las convicciones, defensa común de valores fundamentales. He aquí una tarea para los argentinos de hoy, preocupados por la Argentina de mañana.

Publicado en “Inédito, 26 de octubre de 1966

* Alfonso Carrido Lura es el seudónimo (un ingenioso juego de palabras) que, en tiempos de veda política, usó Raúl Ricardo Alfonsín.


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